Lo que tengo que contar hoy comienza con el recuerdo del auto que conducía hace algunos años atrás. Un VW que me llevó a conocer muchos lugares, preciosos paisajes que perduran en el recuerdo, transporte de mi familia, de mis amigos y de muchos otros que pudieron disfrutar de un buen paseo.
Pero sucede que de repente, un buen día prendió una luz roja en el tablero y comenzó a sonar una alarma, que más que ruidosa era molesta. Asustado paré el coche, tomé el manual que traía en la gaveta y me puse a investigar qué era lo que estaba pasando. ¡Era la alarma de aceite! El manual decía: ¡Deténgase inmediatamente! pero yo que estaba a un par de kilómetros de mi casa y que no quería dejar el coche en ese lugar, decidí arrancar nuevamente y con la grata sorpresa de que ¡Ya no había ningún tipo de señal de alarma!
Al día siguiente lo llevo al mecánico y después de revisar solo me dijo: “Habrá sido un falso contacto que encendió la alarma, porque no tiene ningún problema”. Quedé tranquilo con la noticia, yendo y viniendo por todos lados. En algunos momentos volvía a encenderse la alarma pero bastaba con que apague el motor un momento, lo vuelva a encender y podía continuar. Un día, sin querer, descubrí que acelerando la marcha también se corregía el error, y aunque no siempre funcionaba, no dejaba de intentar, primero acelerar, si no mejoraba, había que parar unos minutos.
La historia de este coche termina cuando de viaje a otra provincia comenzó a sonar la alarma y a prender la luz del tablero. Acostumbrado a esto, hice todo lo que siempre hacía, nada más que esta vez no funcionó y terminé rompiendo el motor.
La moraleja la asimilaría cuando tiempo después tengo que asistir al médico y este me dice: “Lo que te pasa es como cuando un auto comienza a hacer sonido extraño y uno no presta atención, el problema sigue y termina fundiendo la máquina”. ¡Cuántos recuerdos de aquel VW! y yo ahora en la misma situación.
Hoy escribo porque quizás te sirva pensar en los ruidos que hay en tu vida, en las luces que están prendidas en tu tablero, en las alarmas que estás escuchando y que quizás ya te acostumbraste y no le das importancia.
Detente, querido/a lector/a, puede termines rompiendo lo más importante que hay en tu vida. No es una profecía, ni una regla, pero no quisiera que al igual que a mí, por no darle importancia a estos llamados de atención, tengas que quedarte a media máquina o parada en la mitad de la ruta.
No te acostumbres a las alarmas. Dales la debida importancia, ni más, ni menos. A todas ellas, las que suenan en tu cuerpo, en tu mente, y las que espiritualmente puedas estar teniendo. Y recuerda siempre que Jesús ha venido por los que andamos mal (Mc 2,17), por los que fundimos motor, por los que andamos a media máquina. Ten presente que el Hijo de Dios nos vino a traer VIDA (Jn 10,10), sí VIDA con mayúsculas. No cualquier vida, sino la suya: la VIDA de Hijos de Dios. Aprovechemos esta oportunidad de ser y de vivir como hijos en el Hijo. Disfrutemos de los paisajes de la vida sabiendo, viviendo y contándole a todo el mundo que Dios es amor y que no se olvida de ninguno de sus hijos que están en el medio de la ruta pidiendo auxilio. En Él hay abundante Redención (Sal 130,7).