Cada vez que escucho a alguien decir que la oración es un diálogo entre Dios y el hombre, siempre recuerdo el diálogo que mantuvo Jesús con la samaritana (Jn 4, 10). Una conversación interesante donde el tema principal es la sed. Jesús estaba cansado y con sed, era normal, había caminado mucho y la samaritana podía darle de beber. La samaritana buscaba agua para la vida diaria: para beber, limpiar, para higienizarse; y Jesús podía saciar su sed con agua viva.
Pero ¿Qué es la sed? Según la Wikipedia, la sed es el ansia por beber líquidos, causado por el instinto básico de humanos o animales para beber. Es un mecanismo esencial de regulación del contenido de agua en el cuerpo y uno de los primeros síntomas de deshidratación. Se produce por una carencia de hidratación o por un aumento de la concentración de sales minerales.
Y además explica: «Si el volumen de agua del cuerpo baja de un cierto umbral, o la concentración osmótica es demasiado alta, el cerebro induce la sed. Si la deshidratación continúa, se pueden originar una gran cantidad de problemas; los más comúnmente asociados son problemas neurológicos y problemas renales.»
La información es clara y concisa: si no bebemos, si no saciamos nuestra sed tenemos problemas.
Investigando un poco más me encontré con que la sensación de sed puede ser recibida por el cerebro desde varias vías, la principal son unos receptores en la boca que tiene el control de la sed y que al calmar nuestra sed con un sorbo de agua experimentamos un tremendo alivio y una sensación agradable. A veces lo que insta a beber es un estimulo local, al secarse las mucosas de la boca y la faringe.
Y que incluso la mayor parte de las veces bebemos sin tener necesidad de hacerlo. Basta eliminar una pequeña cantidad de agua para notar esta sensación. «Sólo con perder el 0.5% del total que hay en el organismo se tiene sed – afirma el doctor Gregorio Mariscal Bueno, experto en nutrición y dietética – . Si esa pérdida oscila entre un 1 y un 2% se siente sed intensa, si rebasa el 10% produce alteraciones graves en el organismo y, cuando alcanza el 20%, la deshidratación es incompatible con la vida.
Es muy significativo que incluso nuestro propio cuerpo nos evangelice, nos grite a viva voz que si no saciamos nuestra sed, nos debilitamos, nos enfermamos y desfallecemos.
Entonces vale la pregunta ¿qué esperamos? ¿Por qué no hacemos como la samaritana y en diálogo con Jesús le pedimos que nos de agua viva? ¿Por qué seguimos buscando agua que no sacia? Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: «A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas» (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1). Catic 2561